Hoyitos en la ventana

Contemplaba la gente pasar en la calle, el bailar de los arboles con el aire, las estrellas o las gotas de lluvia a caer en la acera, así era como semana a semana durante una noche, la pequeña Bibi a través de la ventana, esperaba la ansiosa llegada de mamá y papá.

Con su larga cabellera negra, cual cascada cayendo hasta su cintura y esa sonrisa única que dibuja un par de hoyitos en cada uno de sus cachetes; así es su alegría que contagia a todo aquel a su alrededor, de ahí el nombre, “la de los hoyitos”.

Una vez por semana, “la de los hoyitos” pasaba horas frente a la ventana, no había sonrisa, no había alegría, solo por algunos momentos recorrían un par de lagrimas sus mejillas, saliendo de los enormes ojos negros que en acompañaban a “los hoyitos” en las risas.

– ¡Ven a dormir! – le decía su abuelita, – toma tu leche – cualquier frase para llamar su atención y distraer su espera, mientras sus hermanos jugaban o cenaban, pero ella, “la de los hoyitos” no soltaba su posición, abrazaba la cortina blanca que colgaba de la ventana que veía a la calle.

Algunas veces, subía al sofá, y se aferraba a los barrotes de la ventana, blancos como la pijama que vestía, aunque estaba lista para resguardarse en cama, se mantenía firme mirando la oscuridad de la calle, esperando por horas el momento de felicidad.

Cuando finalmente, las dos chapas que custodiaban el saguan daban las vueltas necesarias para que este se abriera y regresando de su reunión semanal, “la de los hoyitos” con sus ojos negros cual capulines, veía las siluetas de papá y mamá cruzar la entrada del hogar.

Mamá abrazaba a la pequeña Bibi, le decía que ya no llorara, que habían llegado a casa, mientras papá volvía a cerrar la puerta para después, cargarla en sus brazos y llevarla a su cama recargada en su hombre mientras ella, esbosando la sonrisa que durante la espera no se había visto, dibujaba en cada mejilla un hoyito de felicidad.