Hola
10 de mayo

Casi siempre al medio día, quizá un poco después, regresábamos a casa de la escuela, terminaba el clásico festival del 10 de mayo, donde como es costumbre, cada grupo presentaba su bailable folclórico por lo regular o a veces algo que estuviera de moda y sonara en la radio.

Por supuesto, nos tocaba dar algunos pasos en estos bailables, aunque no fuera tan hábil en ese sentido, pero era casi obligatorio por ser parte del grupo en la escuela, cada año era un bailable diferente, estado, región, ritmo, todo de acuerdo a los gustos o los conocimientos del maestro en turno claro, así que cada uno hacia su propuesta y por supuesto, cada uno de ellos llevaba un ritmo y vestuario distinto.

Lo clásico era que el maestro dijera que había que comprar tal o cual vestuario, ya fuera que la misma escuela vendiera este, que lo hiciera el maestro o que entre las mamás se pusieran de acuerdo para ir a la lagunilla a comprar el vestuario mas “bonito”, y que mejor luciera en sus bendiciones, pues creo que hasta antes de la pandemia seguía siendo la tradición.

Y llegando a casa, mamá entraba a su recamara, se recostaba en la cama y se quedaba dormida por varias horas, justo en su día, mientras nosotros jugábamos o hacíamos cualquier cosa, solo se levantaba a la hora de comer y a veces volvía a recostarse un poco mas, a veces hasta el día siguiente.

La noche anterior, toda la noche, mamá la pasaba en vela, cortando, cosiendo, pegando listones, chaquira o lo que fuera necesario para el vestuario que usaríamos en el famoso bailable para honrar a las madres, no recuerdo una sola vez que hubiera comprado este, pero recuerdo que decía que eran demasiado caros y que prefería comprar la tela y hacerlo ella misma.

Su carrera como modista y quizá el orgullo profesional, además de la austeridad en casa, le ayudaba a saber como hacer esos vestuarios exactamente iguales a los que les vendían a las otras señoras para sus hijos, pero por supuesto ella le imprimía todo el corazón y cariño para imitarlos exactamente igual y de mucho mejor calidad. Días antes buscaba las telas, los listones, botones, accesorios etc. que eran necesarios. nos tomaba medidas con su cinta de costurara, dibujaba los moldes, cortaba los pedazos de tela y justo el 9 de mayo desde la tarde, comenzaba el termino de los vestuarios.

Finalmente, ya que todo el traje típico estaba listo, aun se daba el tiempo para hacer un planchado perfecto, que no se viera ni una sola arruga, y que fueran perfectos para que en la mañana, al despertar pudiéramos portar ese vestuario y entonces, ir a la escuela a interpretar el bailable.

No se que pensaría mamá cuando nos veía bailando, si se sentiría orgullosa de su trabajo (seguro que si), o si solo pensaba en que había cumplido con que todo saliera bien y no nos viéramos diferentes a los demás.

Hoy solo nos queda el recuerdo, las imágenes de recuerdos y una que otra fotografía de esos vestuarios, pero algo que siempre nos queda en el corazón, hoy que mamá ya no esta con nosotros, es el cariño, el amor con que hizo su trabajo, y como buscaba siempre la forma de hacernos ver bien, y aunque dormía en su dia, estoy seguro que a su modo lo disfrutaba.

Hasta el cielo, gracias ma por todo ese tiempo, todo ese amor que siempre nos demostraste.

Hoyitos en la ventana

Contemplaba la gente pasar en la calle, el bailar de los arboles con el aire, las estrellas o las gotas de lluvia a caer en la acera, así era como semana a semana durante una noche, la pequeña Bibi a través de la ventana, esperaba la ansiosa llegada de mamá y papá.

Con su larga cabellera negra, cual cascada cayendo hasta su cintura y esa sonrisa única que dibuja un par de hoyitos en cada uno de sus cachetes; así es su alegría que contagia a todo aquel a su alrededor, de ahí el nombre, “la de los hoyitos”.

Una vez por semana, “la de los hoyitos” pasaba horas frente a la ventana, no había sonrisa, no había alegría, solo por algunos momentos recorrían un par de lagrimas sus mejillas, saliendo de los enormes ojos negros que en acompañaban a “los hoyitos” en las risas.

– ¡Ven a dormir! – le decía su abuelita, – toma tu leche – cualquier frase para llamar su atención y distraer su espera, mientras sus hermanos jugaban o cenaban, pero ella, “la de los hoyitos” no soltaba su posición, abrazaba la cortina blanca que colgaba de la ventana que veía a la calle.

Algunas veces, subía al sofá, y se aferraba a los barrotes de la ventana, blancos como la pijama que vestía, aunque estaba lista para resguardarse en cama, se mantenía firme mirando la oscuridad de la calle, esperando por horas el momento de felicidad.

Cuando finalmente, las dos chapas que custodiaban el saguan daban las vueltas necesarias para que este se abriera y regresando de su reunión semanal, “la de los hoyitos” con sus ojos negros cual capulines, veía las siluetas de papá y mamá cruzar la entrada del hogar.

Mamá abrazaba a la pequeña Bibi, le decía que ya no llorara, que habían llegado a casa, mientras papá volvía a cerrar la puerta para después, cargarla en sus brazos y llevarla a su cama recargada en su hombre mientras ella, esbosando la sonrisa que durante la espera no se había visto, dibujaba en cada mejilla un hoyito de felicidad.

Dos moneditas

De una fachada color blanco, aunque ya rayada por el paso del tiempo y con la ayuda de algunos jóvenes impetuosos del arte urbano, aun se encuentra esa pequeña casa en la esquina del andador 15 y la avenida circunvalación norte con tan solo una ventanita hacia la calle y la teja ya también desgastada por el paso de los años, al puro estilo de las casitas que dibujábamos de niños con techo en caída de dos aguas.

Así la recuerdo de toda la vida, en nuestro caminar diario a la escuela o bien cuando mis padres nos solían llevar a pasear, en nuestro paso hacia la parada del entonces camión que nos llevaba a la Raza o Buenavista, pues la parada de Indios Verdes llego mucho tiempo después.

La casita, era notable entre las demás por su sencillo aspecto, pero sin lugar a duda algo que recordamos a la fecha y que hacia único el paso por la acera, era encontrar a “Chabelita” siempre en el sagüan oscuro, con su brazo derecho sosteniéndose del mismo.

El saludo no se hacia esperar, mis padres nos educaron a saludar a los vecinos cada que nos los encontráramos en la calle, y por supuesto ella era uno de los vecinos de entrenamiento, pues siempre íbamos acompañados, principalmente de mama,  que con su celebre frase  ¡SALUDA!,  nos recordaba los buenos modales para los demás, en especial para las personas mayores. Recuerdo que mi madre siempre decía que si los conocíamos y ellos nos conocían, no nos quitaba nada decir “Buenos Días” o “Buenas Tardes”.

La recuerdo siempre con su cabello plateado y una bata larga, en su mayoría blanca con algunos dibujos en color, unos zapatos que mas bien parecían pantuflas para sus pies cansados, de color negro y tejidos, quizá por ella misma.

Siempre intercambiaba un par de enunciados con mi mamá; “Ya se van de paseo” decía, y mamá le contestaba cortesmente, nos devolvía el saludo que nosotros habíamos hecho con un amable beso como a cualquier niño que su abuelita lo veía después de algún tiempo, con cariño y entusiasmo.

“Ya nos vamos”, decía mamá. “Ándele, que les vaya bien” contestaba la señora, y volvía a despedirse de nosotros con un beso. Pero era este el momento clave del encuentro, sin prisa, “Chabelita” metía su mano en una de las bolsas de su bata y de ella sacaba un pequeño monedero, recuerdo que era de color azul oscuro ya también con sus años a cuestas, lo abría y de el sacaba dos pequeñas monedas que nos daba a mi hermano y a mi, dos monedas de 50 centavos o con suerte de un peso, por supuesto antes de la llegada de los “nuevos pesos”.

Así sucedía cada que nos encontrábamos con ella. mientras transcurría nuestra infancia, tiempo después,  el portón de la casita se mantenía cerrado todo el tiempo, ya no había quien contemplara el paso de la gente ni quien nos saludara al paso.

A la fecha, la casita esta llena de hierbas, abandonada, pero seguramente “chabelita” sigue viendo pasar a la gente, saludando a los niños pequeños que se cruzan por ahí, aunque ellos no le devuelvan el saludo y claro, no reciban el cariño que ella demostraba con esas dos moneditas.

Ballena y Tortuga

“En el parque de la ballenita, ahí, en la esquina de San Simón, a un lado se encuentra la biblioteca pública y ya están anotados tus hijos para el curso de verano de computación, es gratuito, comienza el lunes y solo será una semana”. Algo similar debió ser la conversación entre mi madre y Mary mi madrina, el dia que nos invito a tomar el primer curso de computo, con aquellas comodore 64.


No recuerdo exactamente la clase, ni al instructor, pero recuerdo que eran pocas maquinas y que, como solía hacerse en aquellos tiempos, una computadora era para que trabajaramos dos niños juntos, a lo que a nuestra amistosa rebeldía de 3 no nos importo, y en un solo equipo estábamos mi hermano, nuestro amigo Mario y yo, haciendo nuestros primeros intentos de programación.

La tortuga que caminaba, pintaba unas líneas para formar figuras geométricas era nuestro gran logro, cambiamos unos colores, la hacíamos girar y caminar de un lado para otro y vaya que la tortuguita era veloz, pues pintaba las figuras mas rápido de lo que pensábamos.


Antes de esto, ni imaginar en estudiar matemáticas, después de ver como los números de las coordenadas dibujan figuras, esa percepción cambia radicalmente.


Fue bueno el taller, pero no fue a más de una semana, en buen momento se le ocurrió al instructor comentarle a mi papá y Joaquin, el papá de Mario, que había cursos más grandes de computación para niños en el museo tecnológico, ahí, a un lado de la montaña rusa en Chapultepec.


Vaya aventura, habría que ir a inscribirse y te daban fecha de algunos meses adelante para que iniciaras el curso, porque la demanda era bastante alta y los equipos de cómputo pocos, eso sí, ahí contabas con un equipo por persona, nada de tomar turnos o amontonarse.


Pero había una opción, si llegabas temprano a hacer fila al inicio del curso y de los niños inscritos no llegaban ese día, tenías la oportunidad de ingresar en este selecto grupo, pero normalmente no pasaban más de 10 de los que llegaban temprano.

Así que un día antes de inicio del curso, debo aclarar que esta aventura no fue mía, pero así es como la recuerdo, Joaquin y mi padre se fueron a altas horas de la noche a estacionarse fuera del museo, en la combi color mostaza que en aquellos días traía mi padrino, sin asientos traseros, para que pudieran dormir ahí esa noche, y estar a las 6 de la mañana en la puerta principal del tecnológico, apuntando a los niños que llegaran con la ilusión de tomar el curso, por supuesto, mi hermano, Mario y yo éramos los primeros en estar apuntados en la lista.


Y así fue, conforme fueron llegando los niños que estaban apuntados con meses de anterioridad a tomar el curso iban entrando y tomando su lugar, al final como eso de las 9 de la mañana que ya estábamos nosotros en el lugar llevados por mi madre tempranísimo en domingo, el coordinador del curso sale a hacer el comentario: Tenemos 5 lugares más, solo los 5 primeros que se anotaron en la lista podrán entrar.


Entonces comenzó la aventura de la programación, un curso que duro cerca de 6 meses, donde sábados y domingos tempranito íbamos al museo a estudiar programación, matemáticas aplicadas y lógica de programación (obviamente al nivel de niños) y saber que eso era lo que me quería dedicar, lo que quería hacer de mi vida, ingresar unas cuantas líneas de código y ver como la tortuguita se mueve a la velocidad de rayo.

“Cuenta la leyenda que esa noche, mientras mi papa y mi padrino dormían en las inmediaciones del bosque de Chapultepec, dentro de una combi sin asientos traseros,  unos vigilantes los alumbraron con toda la fuerza de la lampara de mano, preguntando ¿Jóvenes que hacen?, tuvieron que explicar que estaban apartando los lugares para que sus hijos fueran los primeros en la lista de espera para el curso de computación, lo cual parece ser que los polis creyeron muy bien porque afortunadamente no paso a mayores”.

Blancas y Negras

La primera vez que las vi, me sorprendió ver grupos de 3 y de 2 negras y entre cada una de ellas una o dos blancas, la verdad es que pensé que era porque solo estaban de adorno para separar y que las blancas pudieran bajar sin atorarse unas con otras.

Tiempo después en la secundaria, cuando estábamos acostumbrados a comprar cuadernos de cuadro grande, chico y los horribles de raya, notese que nunca me gustaron porque no podía dibujar bien los cuadros ayudan mucho para ello, el profesor de artes pidió un cuaderno de raya, para mi sorpresa si ya de por si no me gustaba, este tenia que venir con 5 rayas casi juntas y luego otras 5 mas abajo, ¡están locos! pensé, en estos es aun mas difícil hacer un dibujo.

Luego empezó con el martirio, dibujar una S medio rara y acompañarla por negras, blancas y otras patitas que según cada una duraba menos tiempo que las otras. ¿Tiempo?, ¿que no para eso llevábamos relojes? (por cierto el que se transformaba en robot era !Wooow!).

Pero eso era solo el comienzo, un poco de resistencia a lo que poco después se convertiría en un gusto imperdible, poder acomodar las notas en el pentagrama y saber entonar una melodía en la flauta, que seguramente todos llevamos a la escuela, recuerdo que un vecino amigo de la familia le dijo a mi madre que no gastara en comprar la flauta, que el me regalaba la suya, color marfil claramente con un poco de uso pero que había logrado sacar los primeras notas del himno a la alegría o martinillo la primer melodía del día de clases.

Aunque soplando con todas las fuerzas sin una técnica adecuada, y logrando hacer un momento de libertad para los integrantes de casa y demostrar en la escuela que eramos buenos en la materia, aunque ahora creo que en ese momento era solo ruido y estoy seguro que mas de uno tapaba sus oídos para no escuchar el desentonado silbido que lograba provocar. Y como no olvidar cuando juntos en el salón de clases para divertirnos un poco nos poníamos a imitar el famoso cantar del carrito de camotes, todos cubriendo los orificios de las flautas y con la fuerza de los pulmones para estremecer la escuela.

Tuve que esperar a tener 15 para que el día de mi cumpleaños llegara ese pequeño teclado casio, color marfil por cierto,  donde por fin podía tocar y sentir las diferentes notas entre teclas negras y blancas, gracias a mi amigo Jaime que me compartía las partituras de su maestro de órgano para poder tocar algunas melodías del momento.

Cuando llego la mayoría de edad el regalo de mis padres fue un teclado Yamaha que aun vive (el casio también), y fue entonces cuando comencé a combinar notas para hacer acordes y lograr hacer algunas melodías mas con algo de armonía.

No fui un músico profesional, me gusta tocar, leer partitura (aunque me cueste trabajo), y se que en muchas veces cuando toco alguna melodía, la gente no tiene idea de que estoy interpretando. Pero me gusta hacerlo y lo disfruto, eh compuesto algunas canciones, y seguramente lo volveré a hacer.

Quiero en este día agradecer y honrar a los amigos que me han acompañado en el camino musical, que me han compartido sus experiencias y conocimientos y que no dejen de hacerlo y no dejen de tocar. Especialmente a mi hermano de sangre para que siempre brille en el y en todos los músicos esa chispa que mezcla tiempos, sonido y silencio para hacernos la vida mas alegre.

Saludos Abuelos

Cuando eramos niños, la muerte era algo inexplicable, los adultos nos contaban que los muertos se iban a otro plano dimensional, “si te portas bien iras al cielo cuando mueras”, algunos los espantaban con el infierno o para mediar un poco el purgatorio, para pagar por tus pecados y después el cielo.

Lo mas cerca que estábamos de la muerte era cuando se iba nuestra mascota, ver a corazón alegre en la programación del canal cinco morir, era la escena mas fuerte que podíamos contemplar y sacarnos un par de lagrimas en la infancia.

Con el paso del tiempo, vimos a personas adultas partir, los padres de los amigos de nuestros padres, los mismos amigos de nuestros padres y entonces comenzaban a irse personas mas cercanas;  los tíos de nuestros padres dejaban este mundo y llegando así, inevitablemente la partida de los abuelos.

Poco a poco cada uno de ellos va atravesando la senda hacia otro mundo, dejando en nosotros los recuerdos de los momentos felices que vivimos a su lado.

El tariangaranga, un baile (si se le puede llamar así), obligado para todos los nietos y bisnietos, sentados en las piernas de Don Flor haciéndonos saltar al ritmo de la cancioncita, o verlo pelear con su contrincante imaginario las tardes de sábados cuando en su pequeño receptor verde de pilas escuchaba la narración de la pelea de box, era como si el estuviera ahí ayudando a su elegido.

Rafa, o mejor conocido como “El Basuras“, con las pocas veces que lo vimos nos demostró su cariño y recordando las anécdotas de su andares cantando tangos y enamorando a cualquier doncella con su porte de galán al mejor estilo pachuco, presumiendo siempre la gran cantidad de retoños productos de aquellas conquistas.

Caminando por la calle 11 de regreso del mandado, a paso lento por el cansancio, venia Cocotito, con su reboso a cuestas y del brazo izquierdo colgaba la gran canasta con frutas, tortillas y demás ingredientes para llegar a casa y preparar la comida del día, con el sazón que solo ella daba al arroz con papelito.

Cuando me escapaba de la vocacional y llegaba con la abuela Coco, que siempre me preparaba los suficientes sopes para calmar el hambre, no se como le hacia pero siempre que yo iba los tenia listos con frijolitos o solo con crema y queso pero que buenos sabían.

Dos años desde que los cuatro están reunidos y que sin duda en unas horas pasaran por la casa a comer su chocolate, tomar un trago a su coca cola y pasar por su “cigarrito”, porque mañana al amanecer, veremos esas hilos plateados al pie de nuestra cama y sabremos que pasaron a darnos un abrazo a cada uno de los nietos y un beso en la frente como solían hacerlo.

Luna de Octubre

La piel comienza a sentir esa sensación de aire frio que toca cada parte del cuerpo expuesta, reconociendo la próxima llegada de la época navideña, que, a pesar de los dos meses de espera, ya la respiramos por la ciudad al caminar, y que cada año se siente mas corta la espera de un diciembre a otro.


Casi sesenta días antes de que el muérdago cuelgue del pino decembrino, es inevitable admirar las lunas mas bellas, cuando el poderoso astro se posa sobre el cielo en su máxima expresión, tal es así que hay canciones, poemas, cuentos o festivales para conmemorar las lunas de octubre, por ser las mas notorias del año y además de recordarnos lo inmenso de la creación, también nos refuerzan esperanzas e inspiración.


Puedo decir que desde hace doce años, espero con ansias las lunas de octubre, especialmente la del catorceavo día, pues se suma un año mas de vida, un ciclo mas alrededor de la tierra.


12 lunas de octubre de un gran corazón dando cariño, desde ese día que los pequeños ojos color negro se mantenían abiertos, sin sueño, queriendo conocer cada detalle del mundo donde habían llegado, prestando atención a todo lo que le rodeaba y aunque pareciera increíble, sin querer dormir, a pesar de ser nueva en este plano astral.


Recuerdo eso como si fuera la primera luna, impresionante cierto, pues en nuestra gran mayoría, nuestras primeras horas aquí solo las ocupamos para dormir, sin embargo, ella quería conocer absolutamente todo lo que le rodeaba y cualquier cambio de color en la tercera dimensión, algo nuevo a su mundo, generaba su atención de inmediato.


Aun sigue con esos hermosos ojos negros, abiertos a todo lo que se le presenta, como si fueran las enormes lunas de octubre, grandes, majestuosas, queriendo descubrir todo aquello que el mundo esta dispuesto a ofrecerle, sin perder detalle alguno.


Seguiremos esperando mas lunas por muchos octubres, y seguiremos descubriendo juntos aquello que con esa mirada imponente, te caracteriza, con esa mirada firme y descubridora que encontrara lo que nadie mas pueda ver.