Ballena y Tortuga

“En el parque de la ballenita, ahí, en la esquina de San Simón, a un lado se encuentra la biblioteca pública y ya están anotados tus hijos para el curso de verano de computación, es gratuito, comienza el lunes y solo será una semana”. Algo similar debió ser la conversación entre mi madre y Mary mi madrina, el dia que nos invito a tomar el primer curso de computo, con aquellas comodore 64.


No recuerdo exactamente la clase, ni al instructor, pero recuerdo que eran pocas maquinas y que, como solía hacerse en aquellos tiempos, una computadora era para que trabajaramos dos niños juntos, a lo que a nuestra amistosa rebeldía de 3 no nos importo, y en un solo equipo estábamos mi hermano, nuestro amigo Mario y yo, haciendo nuestros primeros intentos de programación.

La tortuga que caminaba, pintaba unas líneas para formar figuras geométricas era nuestro gran logro, cambiamos unos colores, la hacíamos girar y caminar de un lado para otro y vaya que la tortuguita era veloz, pues pintaba las figuras mas rápido de lo que pensábamos.


Antes de esto, ni imaginar en estudiar matemáticas, después de ver como los números de las coordenadas dibujan figuras, esa percepción cambia radicalmente.


Fue bueno el taller, pero no fue a más de una semana, en buen momento se le ocurrió al instructor comentarle a mi papá y Joaquin, el papá de Mario, que había cursos más grandes de computación para niños en el museo tecnológico, ahí, a un lado de la montaña rusa en Chapultepec.


Vaya aventura, habría que ir a inscribirse y te daban fecha de algunos meses adelante para que iniciaras el curso, porque la demanda era bastante alta y los equipos de cómputo pocos, eso sí, ahí contabas con un equipo por persona, nada de tomar turnos o amontonarse.


Pero había una opción, si llegabas temprano a hacer fila al inicio del curso y de los niños inscritos no llegaban ese día, tenías la oportunidad de ingresar en este selecto grupo, pero normalmente no pasaban más de 10 de los que llegaban temprano.

Así que un día antes de inicio del curso, debo aclarar que esta aventura no fue mía, pero así es como la recuerdo, Joaquin y mi padre se fueron a altas horas de la noche a estacionarse fuera del museo, en la combi color mostaza que en aquellos días traía mi padrino, sin asientos traseros, para que pudieran dormir ahí esa noche, y estar a las 6 de la mañana en la puerta principal del tecnológico, apuntando a los niños que llegaran con la ilusión de tomar el curso, por supuesto, mi hermano, Mario y yo éramos los primeros en estar apuntados en la lista.


Y así fue, conforme fueron llegando los niños que estaban apuntados con meses de anterioridad a tomar el curso iban entrando y tomando su lugar, al final como eso de las 9 de la mañana que ya estábamos nosotros en el lugar llevados por mi madre tempranísimo en domingo, el coordinador del curso sale a hacer el comentario: Tenemos 5 lugares más, solo los 5 primeros que se anotaron en la lista podrán entrar.


Entonces comenzó la aventura de la programación, un curso que duro cerca de 6 meses, donde sábados y domingos tempranito íbamos al museo a estudiar programación, matemáticas aplicadas y lógica de programación (obviamente al nivel de niños) y saber que eso era lo que me quería dedicar, lo que quería hacer de mi vida, ingresar unas cuantas líneas de código y ver como la tortuguita se mueve a la velocidad de rayo.

“Cuenta la leyenda que esa noche, mientras mi papa y mi padrino dormían en las inmediaciones del bosque de Chapultepec, dentro de una combi sin asientos traseros,  unos vigilantes los alumbraron con toda la fuerza de la lampara de mano, preguntando ¿Jóvenes que hacen?, tuvieron que explicar que estaban apartando los lugares para que sus hijos fueran los primeros en la lista de espera para el curso de computación, lo cual parece ser que los polis creyeron muy bien porque afortunadamente no paso a mayores”.