Hola
Dos moneditas

De una fachada color blanco, aunque ya rayada por el paso del tiempo y con la ayuda de algunos jóvenes impetuosos del arte urbano, aun se encuentra esa pequeña casa en la esquina del andador 15 y la avenida circunvalación norte con tan solo una ventanita hacia la calle y la teja ya también desgastada por el paso de los años, al puro estilo de las casitas que dibujábamos de niños con techo en caída de dos aguas.

Así la recuerdo de toda la vida, en nuestro caminar diario a la escuela o bien cuando mis padres nos solían llevar a pasear, en nuestro paso hacia la parada del entonces camión que nos llevaba a la Raza o Buenavista, pues la parada de Indios Verdes llego mucho tiempo después.

La casita, era notable entre las demás por su sencillo aspecto, pero sin lugar a duda algo que recordamos a la fecha y que hacia único el paso por la acera, era encontrar a “Chabelita” siempre en el sagüan oscuro, con su brazo derecho sosteniéndose del mismo.

El saludo no se hacia esperar, mis padres nos educaron a saludar a los vecinos cada que nos los encontráramos en la calle, y por supuesto ella era uno de los vecinos de entrenamiento, pues siempre íbamos acompañados, principalmente de mama,  que con su celebre frase  ¡SALUDA!,  nos recordaba los buenos modales para los demás, en especial para las personas mayores. Recuerdo que mi madre siempre decía que si los conocíamos y ellos nos conocían, no nos quitaba nada decir “Buenos Días” o “Buenas Tardes”.

La recuerdo siempre con su cabello plateado y una bata larga, en su mayoría blanca con algunos dibujos en color, unos zapatos que mas bien parecían pantuflas para sus pies cansados, de color negro y tejidos, quizá por ella misma.

Siempre intercambiaba un par de enunciados con mi mamá; “Ya se van de paseo” decía, y mamá le contestaba cortesmente, nos devolvía el saludo que nosotros habíamos hecho con un amable beso como a cualquier niño que su abuelita lo veía después de algún tiempo, con cariño y entusiasmo.

“Ya nos vamos”, decía mamá. “Ándele, que les vaya bien” contestaba la señora, y volvía a despedirse de nosotros con un beso. Pero era este el momento clave del encuentro, sin prisa, “Chabelita” metía su mano en una de las bolsas de su bata y de ella sacaba un pequeño monedero, recuerdo que era de color azul oscuro ya también con sus años a cuestas, lo abría y de el sacaba dos pequeñas monedas que nos daba a mi hermano y a mi, dos monedas de 50 centavos o con suerte de un peso, por supuesto antes de la llegada de los “nuevos pesos”.

Así sucedía cada que nos encontrábamos con ella. mientras transcurría nuestra infancia, tiempo después,  el portón de la casita se mantenía cerrado todo el tiempo, ya no había quien contemplara el paso de la gente ni quien nos saludara al paso.

A la fecha, la casita esta llena de hierbas, abandonada, pero seguramente “chabelita” sigue viendo pasar a la gente, saludando a los niños pequeños que se cruzan por ahí, aunque ellos no le devuelvan el saludo y claro, no reciban el cariño que ella demostraba con esas dos moneditas.

La horda de padres de familia

En uno de esos instantes, donde no tienes de que depender económicamente, se me ocurrió tomar el periódico y busca empleo, y me llamo la atención un anuncio donde buscaban maestro de computación para primaria, así que lo obvio, tome el teléfono, agende una cita y al día siguiente me presente como debiera ser a la misma.

A la altura del palacio de los deportes, a un costado de viaducto, aun se encuentra el colegio Jose Levy, dirigido en aquel entonces por una maestra entusiasta, con ganas de dar a los niños algo mas en sus estudios, acababa de tomar un diplomado en Programación Neurolingusitica y eso lo se porque me lo comento en la entrevista de trabajo, y la propuesta era que todos los maestros lo pusieran en practica con sus alumnos.

Sin mas, tuve la oportunidad de conseguir el empleo, y comencé a trabajar casi inmediatamente, me presentaron con la plantilla de maestros y al poco tiempo con los alumnos conforme fuera llegando su horario para tener clase conmigo, dicho de paso, también me toco atender a los niños de preescolar, la escuela no contaba mas que con estos niveles.

Me llevo poco tiempo conocer a los niños, y que ellos se sintieran en confianza con el nuevo “Profesor de Computación”, al mismo tiempo conocía los métodos del PNL que en la escuela ya se practicaban, y durante las juntas de maestros, los reforzaban aun mas haciendo algunos ejercicios y llevarlos así al aula de clase.

Resulto que durante mucho tiempo, las clases de computación solo era ir al laboratorio, sentar a los niños de dos en dos frente a un monitor y cargar en cada equipo un juego de matemáticas o español al estilo del famoso plomero con porte italiano nombre latino del que seguramente todos hemos jugado tratando de rescatar a la princesa una y otra vez.

Después de algunas clases, apuntes y ejercicios no muy bien recibidos por los alumnos (pues ya no jugaban en las maquinas), el primer examen fue una sorpresa para todos, alumnos, maestros de grupos e incluso los padres de familia, y como no lo iba a ser si la calificación de dicho examen en mas del 80% de los niños fue por debajo del 7.

Antes de dar a conocer los resultados a los padres de familia, la directora (cuyo nombre no logro recordar), convoco a una junta con los maestros titulares de grupo, el subdirector y la psicóloga de la escuela, pues era realmente llamativo el resultado masivo de calificaciones, así que en un consejo de la escuela extraordinario se decidiría si esa calificación seria impresa en las boletas o si la sustituíamos por algo mas “decente”.

Recuerdo las palabras de Vero, (la psicóloga de la escuela), “computación lo toman como una materia X y nunca se le ah puesto el empeño para que los niños y los mismos padres de familia hagan algo al respecto, siempre esta el 10 presente en la boleta y realmente los niños no han aprendido nada”. Dicho esto, y con al votación unánime de los titulares, se imprimieron tal cual las calificaciones, aunque, en aquel tiempo solo era en las boletas internas de la escuela, no en las oficiales de la SEP.

El siguiente lunes, al terminar la ceremonia a la bandera, en cada uno de los salones de clase, se daban cita los padres de familia para la respectiva firma de boletas, poco tiempo tuve que esperar para que una horda de padres enfurecidos al puro estilo de Frankestein, se avalanzaran al salón de computación para saber por que sus “bendiciones” habían obtenido tan baja calificación en la materia mas fácil y divertida para ellos.

Debo confesar que al verlos acercarse todos juntos y no solo de un grupo o dos, puedo jurar que eran todos los padres de familia, no me faltaron ganas de cerrar la puerta del salón y dejarlos gritar afuera, hubiera estado genial ver como con palos y antorchas derrumbaban dicha puerta y entraban con toda la furia por haber deshonrado la habilidad de los pequeños frente a los videojuegos.

No se cuanto tiempo paso, solo recuerdo que intentaba hablar con cada uno de ellos a la vez y explicarles que era solo una evaluación, que seguramente el próximo examen lo tomarían mas en serio y se recuperarían del trago amargo. Pero recuerdo claramente la escena, no veía que se acabaran los hombres y mujeres furiosos con la boleta de su hijo en mano gritando como en una manifestación contra algún político deshonesto (si, ya se lo que se siente), pero recuerdo que al final, cuando se fue la ultima mamá respire profundo y pensé: “creo que ahora si me reconocerán todos los padres cuando me vean”.

Sobra decir que el siguiente examen, no tuvo tal consecuencia, la mayoría de los alumnos aprobaron con calificación “decente” como era de esperarse, no se si causo efecto en ellos o en los padres de familia quienes se pusieran a estudiar con los chamacos y quizá hasta ellos mismos aprendieron un poco de aritmética lógica, sumando, restando, multiplicando y dividiendo unos y ceros.

No supe mas como siguió la materia en la escuela, al año siguiente obtuve la plaza como asesor de soporte técnico en Internet de Avantel y abandone el colegio Levy (literalmente), pero estoy seguro de dos cosas: una es que mas de un niño y niña debió haber estudiado una carrera de informática gracias a lo poco que logre enseñarle, y la segunda es que estoy seguro que mas de un niño o niña termino odiando los sistemas y opto por estudiar algo que “no tenga matemáticas”.

El inicio en el Fest.

“El Clande”, fue el lugar de reunión para todos los grupos musicales, donde les darían sus horarios y sedes para la presentación durante la 3 emisión del Festival Cultural Ecatepec.

Ubicado en la avenida central, la puerta se encontraba justo detrás de un par de exhibidores de losetas, un local oscuro y completamente cerrado, decorado por la cultura popular de géneros para mi desconocidos hasta ese momento, desde las altas paredes, la barra y por supuesto el escenario, los colores en aerosol formando figuras abstractas en todo el lugar sobre un lienzo completamente negro, daban a este lugar ese toque especial underground que se esperaba para un sitio llamado “El Clandestino”.

Haba llegado poca gente, a pesar de ser un numero amplio de artistas registrados para presentar su propuesta durante el festival, solo pocos se interesaron por asistir a la reunión convocada por Keren y afinar los detalles de cada presentación en particular.

Hamadi estaba en la lista, y si mi memoria no me falla, también Emmanuel estaba interesado en presentarse en alguna sede con su propuesta de guitarra clásica, interpretando temas de bolero al mas puro estilo de “El Sol”.

Poco a poco Keren fue dando las indicaciones, una chica activa y conocedora de todos los géneros musicales que, durante dos años atrás, ya se había encargado de organizar y acomodar de acuerdo a las sedes disponibles y al genero de música a interpretar.

Para ser un festival ya con su tercer año de emisión, aun no tenia un sitio oficial en Internet, salvo las paginas oficiales en las redes sociales en ese momento pero sin su estilo propio, así que mi propuesta no se hizo esperar y al finalizar la organización, presente mi propuesta de desarrollo del sitio oficial para el festival.

El FCE fue un organismo autónomo, sin depender de ningún apoyo gubernamental o político, todo el comité estaba integrado por voluntarios entusiastas del arte en cualquiera de sus expresiones, en la primer reunión que asistí al comité, acompañado por supuesto por mi pequeña cómplice Chio, nos volvimos parte de ese peculiar grupo de gente “rara”.

Recuerdo las palabras de Miguel en aquel entonces, cuando en la sesión hicimos la propuesta del sitio Web para el Fest (como le solíamos decir), “no tenemos dinero para pagar un desarrollo, pero si le entran con nosotros serán bienvenidos y nos ayudaran mucho en la difusión y organización, aquí lo que se necesita son manos”.

Así estuvimos 3 años en el Fest, hasta que quedo en hibernación para resurgir de entre las cenizas en un futuro no muy lejano, donde seguramente nos volveremos a encontrar para retomar la fiesta de expresiones culturales donde el viento cambia su curso.