Hola
Hoyitos en la ventana

Contemplaba la gente pasar en la calle, el bailar de los arboles con el aire, las estrellas o las gotas de lluvia a caer en la acera, así era como semana a semana durante una noche, la pequeña Bibi a través de la ventana, esperaba la ansiosa llegada de mamá y papá.

Con su larga cabellera negra, cual cascada cayendo hasta su cintura y esa sonrisa única que dibuja un par de hoyitos en cada uno de sus cachetes; así es su alegría que contagia a todo aquel a su alrededor, de ahí el nombre, “la de los hoyitos”.

Una vez por semana, “la de los hoyitos” pasaba horas frente a la ventana, no había sonrisa, no había alegría, solo por algunos momentos recorrían un par de lagrimas sus mejillas, saliendo de los enormes ojos negros que en acompañaban a “los hoyitos” en las risas.

– ¡Ven a dormir! – le decía su abuelita, – toma tu leche – cualquier frase para llamar su atención y distraer su espera, mientras sus hermanos jugaban o cenaban, pero ella, “la de los hoyitos” no soltaba su posición, abrazaba la cortina blanca que colgaba de la ventana que veía a la calle.

Algunas veces, subía al sofá, y se aferraba a los barrotes de la ventana, blancos como la pijama que vestía, aunque estaba lista para resguardarse en cama, se mantenía firme mirando la oscuridad de la calle, esperando por horas el momento de felicidad.

Cuando finalmente, las dos chapas que custodiaban el saguan daban las vueltas necesarias para que este se abriera y regresando de su reunión semanal, “la de los hoyitos” con sus ojos negros cual capulines, veía las siluetas de papá y mamá cruzar la entrada del hogar.

Mamá abrazaba a la pequeña Bibi, le decía que ya no llorara, que habían llegado a casa, mientras papá volvía a cerrar la puerta para después, cargarla en sus brazos y llevarla a su cama recargada en su hombre mientras ella, esbosando la sonrisa que durante la espera no se había visto, dibujaba en cada mejilla un hoyito de felicidad.

Dos moneditas

De una fachada color blanco, aunque ya rayada por el paso del tiempo y con la ayuda de algunos jóvenes impetuosos del arte urbano, aun se encuentra esa pequeña casa en la esquina del andador 15 y la avenida circunvalación norte con tan solo una ventanita hacia la calle y la teja ya también desgastada por el paso de los años, al puro estilo de las casitas que dibujábamos de niños con techo en caída de dos aguas.

Así la recuerdo de toda la vida, en nuestro caminar diario a la escuela o bien cuando mis padres nos solían llevar a pasear, en nuestro paso hacia la parada del entonces camión que nos llevaba a la Raza o Buenavista, pues la parada de Indios Verdes llego mucho tiempo después.

La casita, era notable entre las demás por su sencillo aspecto, pero sin lugar a duda algo que recordamos a la fecha y que hacia único el paso por la acera, era encontrar a “Chabelita” siempre en el sagüan oscuro, con su brazo derecho sosteniéndose del mismo.

El saludo no se hacia esperar, mis padres nos educaron a saludar a los vecinos cada que nos los encontráramos en la calle, y por supuesto ella era uno de los vecinos de entrenamiento, pues siempre íbamos acompañados, principalmente de mama,  que con su celebre frase  ¡SALUDA!,  nos recordaba los buenos modales para los demás, en especial para las personas mayores. Recuerdo que mi madre siempre decía que si los conocíamos y ellos nos conocían, no nos quitaba nada decir “Buenos Días” o “Buenas Tardes”.

La recuerdo siempre con su cabello plateado y una bata larga, en su mayoría blanca con algunos dibujos en color, unos zapatos que mas bien parecían pantuflas para sus pies cansados, de color negro y tejidos, quizá por ella misma.

Siempre intercambiaba un par de enunciados con mi mamá; “Ya se van de paseo” decía, y mamá le contestaba cortesmente, nos devolvía el saludo que nosotros habíamos hecho con un amable beso como a cualquier niño que su abuelita lo veía después de algún tiempo, con cariño y entusiasmo.

“Ya nos vamos”, decía mamá. “Ándele, que les vaya bien” contestaba la señora, y volvía a despedirse de nosotros con un beso. Pero era este el momento clave del encuentro, sin prisa, “Chabelita” metía su mano en una de las bolsas de su bata y de ella sacaba un pequeño monedero, recuerdo que era de color azul oscuro ya también con sus años a cuestas, lo abría y de el sacaba dos pequeñas monedas que nos daba a mi hermano y a mi, dos monedas de 50 centavos o con suerte de un peso, por supuesto antes de la llegada de los “nuevos pesos”.

Así sucedía cada que nos encontrábamos con ella. mientras transcurría nuestra infancia, tiempo después,  el portón de la casita se mantenía cerrado todo el tiempo, ya no había quien contemplara el paso de la gente ni quien nos saludara al paso.

A la fecha, la casita esta llena de hierbas, abandonada, pero seguramente “chabelita” sigue viendo pasar a la gente, saludando a los niños pequeños que se cruzan por ahí, aunque ellos no le devuelvan el saludo y claro, no reciban el cariño que ella demostraba con esas dos moneditas.

La horda de padres de familia

En uno de esos instantes, donde no tienes de que depender económicamente, se me ocurrió tomar el periódico y busca empleo, y me llamo la atención un anuncio donde buscaban maestro de computación para primaria, así que lo obvio, tome el teléfono, agende una cita y al día siguiente me presente como debiera ser a la misma.

A la altura del palacio de los deportes, a un costado de viaducto, aun se encuentra el colegio Jose Levy, dirigido en aquel entonces por una maestra entusiasta, con ganas de dar a los niños algo mas en sus estudios, acababa de tomar un diplomado en Programación Neurolingusitica y eso lo se porque me lo comento en la entrevista de trabajo, y la propuesta era que todos los maestros lo pusieran en practica con sus alumnos.

Sin mas, tuve la oportunidad de conseguir el empleo, y comencé a trabajar casi inmediatamente, me presentaron con la plantilla de maestros y al poco tiempo con los alumnos conforme fuera llegando su horario para tener clase conmigo, dicho de paso, también me toco atender a los niños de preescolar, la escuela no contaba mas que con estos niveles.

Me llevo poco tiempo conocer a los niños, y que ellos se sintieran en confianza con el nuevo “Profesor de Computación”, al mismo tiempo conocía los métodos del PNL que en la escuela ya se practicaban, y durante las juntas de maestros, los reforzaban aun mas haciendo algunos ejercicios y llevarlos así al aula de clase.

Resulto que durante mucho tiempo, las clases de computación solo era ir al laboratorio, sentar a los niños de dos en dos frente a un monitor y cargar en cada equipo un juego de matemáticas o español al estilo del famoso plomero con porte italiano nombre latino del que seguramente todos hemos jugado tratando de rescatar a la princesa una y otra vez.

Después de algunas clases, apuntes y ejercicios no muy bien recibidos por los alumnos (pues ya no jugaban en las maquinas), el primer examen fue una sorpresa para todos, alumnos, maestros de grupos e incluso los padres de familia, y como no lo iba a ser si la calificación de dicho examen en mas del 80% de los niños fue por debajo del 7.

Antes de dar a conocer los resultados a los padres de familia, la directora (cuyo nombre no logro recordar), convoco a una junta con los maestros titulares de grupo, el subdirector y la psicóloga de la escuela, pues era realmente llamativo el resultado masivo de calificaciones, así que en un consejo de la escuela extraordinario se decidiría si esa calificación seria impresa en las boletas o si la sustituíamos por algo mas “decente”.

Recuerdo las palabras de Vero, (la psicóloga de la escuela), “computación lo toman como una materia X y nunca se le ah puesto el empeño para que los niños y los mismos padres de familia hagan algo al respecto, siempre esta el 10 presente en la boleta y realmente los niños no han aprendido nada”. Dicho esto, y con al votación unánime de los titulares, se imprimieron tal cual las calificaciones, aunque, en aquel tiempo solo era en las boletas internas de la escuela, no en las oficiales de la SEP.

El siguiente lunes, al terminar la ceremonia a la bandera, en cada uno de los salones de clase, se daban cita los padres de familia para la respectiva firma de boletas, poco tiempo tuve que esperar para que una horda de padres enfurecidos al puro estilo de Frankestein, se avalanzaran al salón de computación para saber por que sus “bendiciones” habían obtenido tan baja calificación en la materia mas fácil y divertida para ellos.

Debo confesar que al verlos acercarse todos juntos y no solo de un grupo o dos, puedo jurar que eran todos los padres de familia, no me faltaron ganas de cerrar la puerta del salón y dejarlos gritar afuera, hubiera estado genial ver como con palos y antorchas derrumbaban dicha puerta y entraban con toda la furia por haber deshonrado la habilidad de los pequeños frente a los videojuegos.

No se cuanto tiempo paso, solo recuerdo que intentaba hablar con cada uno de ellos a la vez y explicarles que era solo una evaluación, que seguramente el próximo examen lo tomarían mas en serio y se recuperarían del trago amargo. Pero recuerdo claramente la escena, no veía que se acabaran los hombres y mujeres furiosos con la boleta de su hijo en mano gritando como en una manifestación contra algún político deshonesto (si, ya se lo que se siente), pero recuerdo que al final, cuando se fue la ultima mamá respire profundo y pensé: “creo que ahora si me reconocerán todos los padres cuando me vean”.

Sobra decir que el siguiente examen, no tuvo tal consecuencia, la mayoría de los alumnos aprobaron con calificación “decente” como era de esperarse, no se si causo efecto en ellos o en los padres de familia quienes se pusieran a estudiar con los chamacos y quizá hasta ellos mismos aprendieron un poco de aritmética lógica, sumando, restando, multiplicando y dividiendo unos y ceros.

No supe mas como siguió la materia en la escuela, al año siguiente obtuve la plaza como asesor de soporte técnico en Internet de Avantel y abandone el colegio Levy (literalmente), pero estoy seguro de dos cosas: una es que mas de un niño y niña debió haber estudiado una carrera de informática gracias a lo poco que logre enseñarle, y la segunda es que estoy seguro que mas de un niño o niña termino odiando los sistemas y opto por estudiar algo que “no tenga matemáticas”.

El inicio en el Fest.

“El Clande”, fue el lugar de reunión para todos los grupos musicales, donde les darían sus horarios y sedes para la presentación durante la 3 emisión del Festival Cultural Ecatepec.

Ubicado en la avenida central, la puerta se encontraba justo detrás de un par de exhibidores de losetas, un local oscuro y completamente cerrado, decorado por la cultura popular de géneros para mi desconocidos hasta ese momento, desde las altas paredes, la barra y por supuesto el escenario, los colores en aerosol formando figuras abstractas en todo el lugar sobre un lienzo completamente negro, daban a este lugar ese toque especial underground que se esperaba para un sitio llamado “El Clandestino”.

Haba llegado poca gente, a pesar de ser un numero amplio de artistas registrados para presentar su propuesta durante el festival, solo pocos se interesaron por asistir a la reunión convocada por Keren y afinar los detalles de cada presentación en particular.

Hamadi estaba en la lista, y si mi memoria no me falla, también Emmanuel estaba interesado en presentarse en alguna sede con su propuesta de guitarra clásica, interpretando temas de bolero al mas puro estilo de “El Sol”.

Poco a poco Keren fue dando las indicaciones, una chica activa y conocedora de todos los géneros musicales que, durante dos años atrás, ya se había encargado de organizar y acomodar de acuerdo a las sedes disponibles y al genero de música a interpretar.

Para ser un festival ya con su tercer año de emisión, aun no tenia un sitio oficial en Internet, salvo las paginas oficiales en las redes sociales en ese momento pero sin su estilo propio, así que mi propuesta no se hizo esperar y al finalizar la organización, presente mi propuesta de desarrollo del sitio oficial para el festival.

El FCE fue un organismo autónomo, sin depender de ningún apoyo gubernamental o político, todo el comité estaba integrado por voluntarios entusiastas del arte en cualquiera de sus expresiones, en la primer reunión que asistí al comité, acompañado por supuesto por mi pequeña cómplice Chio, nos volvimos parte de ese peculiar grupo de gente “rara”.

Recuerdo las palabras de Miguel en aquel entonces, cuando en la sesión hicimos la propuesta del sitio Web para el Fest (como le solíamos decir), “no tenemos dinero para pagar un desarrollo, pero si le entran con nosotros serán bienvenidos y nos ayudaran mucho en la difusión y organización, aquí lo que se necesita son manos”.

Así estuvimos 3 años en el Fest, hasta que quedo en hibernación para resurgir de entre las cenizas en un futuro no muy lejano, donde seguramente nos volveremos a encontrar para retomar la fiesta de expresiones culturales donde el viento cambia su curso.

Ballena y Tortuga

“En el parque de la ballenita, ahí, en la esquina de San Simón, a un lado se encuentra la biblioteca pública y ya están anotados tus hijos para el curso de verano de computación, es gratuito, comienza el lunes y solo será una semana”. Algo similar debió ser la conversación entre mi madre y Mary mi madrina, el dia que nos invito a tomar el primer curso de computo, con aquellas comodore 64.


No recuerdo exactamente la clase, ni al instructor, pero recuerdo que eran pocas maquinas y que, como solía hacerse en aquellos tiempos, una computadora era para que trabajaramos dos niños juntos, a lo que a nuestra amistosa rebeldía de 3 no nos importo, y en un solo equipo estábamos mi hermano, nuestro amigo Mario y yo, haciendo nuestros primeros intentos de programación.

La tortuga que caminaba, pintaba unas líneas para formar figuras geométricas era nuestro gran logro, cambiamos unos colores, la hacíamos girar y caminar de un lado para otro y vaya que la tortuguita era veloz, pues pintaba las figuras mas rápido de lo que pensábamos.


Antes de esto, ni imaginar en estudiar matemáticas, después de ver como los números de las coordenadas dibujan figuras, esa percepción cambia radicalmente.


Fue bueno el taller, pero no fue a más de una semana, en buen momento se le ocurrió al instructor comentarle a mi papá y Joaquin, el papá de Mario, que había cursos más grandes de computación para niños en el museo tecnológico, ahí, a un lado de la montaña rusa en Chapultepec.


Vaya aventura, habría que ir a inscribirse y te daban fecha de algunos meses adelante para que iniciaras el curso, porque la demanda era bastante alta y los equipos de cómputo pocos, eso sí, ahí contabas con un equipo por persona, nada de tomar turnos o amontonarse.


Pero había una opción, si llegabas temprano a hacer fila al inicio del curso y de los niños inscritos no llegaban ese día, tenías la oportunidad de ingresar en este selecto grupo, pero normalmente no pasaban más de 10 de los que llegaban temprano.

Así que un día antes de inicio del curso, debo aclarar que esta aventura no fue mía, pero así es como la recuerdo, Joaquin y mi padre se fueron a altas horas de la noche a estacionarse fuera del museo, en la combi color mostaza que en aquellos días traía mi padrino, sin asientos traseros, para que pudieran dormir ahí esa noche, y estar a las 6 de la mañana en la puerta principal del tecnológico, apuntando a los niños que llegaran con la ilusión de tomar el curso, por supuesto, mi hermano, Mario y yo éramos los primeros en estar apuntados en la lista.


Y así fue, conforme fueron llegando los niños que estaban apuntados con meses de anterioridad a tomar el curso iban entrando y tomando su lugar, al final como eso de las 9 de la mañana que ya estábamos nosotros en el lugar llevados por mi madre tempranísimo en domingo, el coordinador del curso sale a hacer el comentario: Tenemos 5 lugares más, solo los 5 primeros que se anotaron en la lista podrán entrar.


Entonces comenzó la aventura de la programación, un curso que duro cerca de 6 meses, donde sábados y domingos tempranito íbamos al museo a estudiar programación, matemáticas aplicadas y lógica de programación (obviamente al nivel de niños) y saber que eso era lo que me quería dedicar, lo que quería hacer de mi vida, ingresar unas cuantas líneas de código y ver como la tortuguita se mueve a la velocidad de rayo.

“Cuenta la leyenda que esa noche, mientras mi papa y mi padrino dormían en las inmediaciones del bosque de Chapultepec, dentro de una combi sin asientos traseros,  unos vigilantes los alumbraron con toda la fuerza de la lampara de mano, preguntando ¿Jóvenes que hacen?, tuvieron que explicar que estaban apartando los lugares para que sus hijos fueran los primeros en la lista de espera para el curso de computación, lo cual parece ser que los polis creyeron muy bien porque afortunadamente no paso a mayores”.